miércoles, 14 de abril de 2021

LOS PADRES DE LA II REPÚBLICA ACABARON APOYANDO A FRANCO

EL CAMINO DEL 14 DE ABRIL

El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República española. Un par de meses antes, el 10 de febrero, se había publicado en el diario “El Sol” el manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República. El régimen de la monarquía de Alfonso XIII había naufragado. ¿Qué pasó?

Retrocedamos un poco. En 1930, y a pesar de que España conoce ese año el mejor momento económico de su Historia, el Rey decide prescindir del general Primo de Rivera, que gobernaba el país en régimen dictatorial desde 1923: la dictablanda”, como se llamaba. ¿Por qué? Porque, al margen de los buenos datos económicos, en las élites del país había un intenso clima de inquietud, de desazón.

LA CRISIS DE LA DICTADURA

¿Por qué se desmoronó el régimen de Primo de Rivera? Más por razones internas que por razones externas. Desde su proclamación en 1923, la dictadura había tenido que hacer frente a demasiadas asechanzas. Y las más peligrosas para el general no eran las de la izquierda, pues ésas había sabido combatirlas, sino las que venían del propio ámbito castrense. El éxito militar del desembarco de Alhucemas, que puso fin a la guerra de Marruecos, calmó las cosas, pero sólo aparentemente: un año después de Alhucemas, los militares volvían a conspirar y esta vez nada menos que con el vetusto general Weyler, el de la guerra de Cuba. ¿Y por qué conspiraban los militares contra Primo de Rivera? Porque éste se había propuesto institucionalizar el régimen: creación de la Unión Patriótica en 1924 como partido del sistema, nombramiento de una asamblea nacional en 1927, redacción de una constitución de corte corporativista y neo-tradicional en 1929… Y todo eso, que molestaba sobremanera a las izquierdas, no molestaba menos a los sectores privilegiados del sistema de la Restauración, que de ningún modo querían cambios en su status. La crisis mundial de 1929, que triplicó el valor de la peseta respecto a la libra esterlina, focalizó el malestar.

El propio rey Alfonso XIII manifestó a Primo de Rivera la conveniencia de que se marchara. El dictador presentó su dimisión al rey en enero de 1930. Alfonso XIII le dejó caer. Pero casi al mismo tiempo, comienzan las agitaciones. Los socialistas, que habían colaborado con el dictador, conspiran junto a los republicanos para cambiar el régimen. En agosto de 1930 se forma un comité en San Sebastián donde están los pesos pesados del republicanismo: Miguel Maura, Alcalá Zamora, Azaña, Lerroux… Entre otras cosas, traman un golpe de Estado que termina quedándose en una sublevación militar en Jaca.

El rey Alfonso XIII, por su parte, encomienda el Gobierno al general Berenguer, primero, y al almirante Aznar, después. El filósofo Ortega y Gasset escribe entonces un sonado artículo titulado: El error Berenguer. Lo que España necesita –sostiene el filósofo- no es un mero cambio de gobierno, sino un cambio de espíritu: víscera cordial, energía nacional, altura histórica. Ortega funda con Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala la Agrupación al Servicio de la República. Será la cobertura intelectual del comité que, en el plano de la maniobra política, ya está trabajando para derribar a la monarquía: Miguel Maura, Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora… El comité termina dando con sus huesos en la cárcel después de la intentona golpista de Jaca, pero sólo recibirá penas muy suaves.

Alfonso XIII, a la desesperada, intentó volver a la monarquía parlamentaria. El rey creía que para eso necesitaba a la izquierda y a los republicanos, así que intentó por todos los medios congraciarse con ellos. Decidió sustituir a Berenguer y buscó entre sus amigos, los políticos de la vieja situación, a alguien que pudiera presidir el Gobierno. Todos le dijeron que no: ni Romanones, ni García Prieto ni ninguno de los viejos cacicones de la Restauración. Hasta ese punto la monarquía había perdido pie. Sólo un hombre aceptó el encargo del Rey: el periodista y político Sánchez Guerra. Y lo primero que hizo fue acudir a la cárcel donde estaban Maura y Alcalá Zamora, los líderes republicanos, y ofrecerles entrar en el Gobierno. Éstos no aceptaron. Finalmente se constituyó un nuevo Gobierno encabezado por un almirante, Juan Bautista Aznar. Era el 18 de febrero de 1931. Una semana antes se había publicado el manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República. La situación ya era irreversible.

ELECCIONES AL REVÉS:

El 12 de abril de 1931 se celebran elecciones municipales. Ganan claramente las candidaturas monárquicas. Los monárquicos vencen en 42 provincias con 22.150 puestos de concejal. Los republicanos y socialistas ganan en ocho provincias con 5.875 concejalías. Los republicanos han perdido y lo saben. Pero han ganado en las capitales de provincia y eso les da esperanzas para las próximas elecciones generales. Ninguno de ellos piensa que pueda hacerse con el poder al día siguiente. Los monárquicos, por su parte, han ganado, pero están aterrados al ver que las capitales de provincias están en manos republicanas.

A partir de aquí se desata una febril actividad entre bastidores, detrás de las cortinas. Hay tres fuerzas que empiezan a actuar a la vez. Por un lado, una parte de los republicanos decide agitar la calle: en el Ateneo de Madrid –centro de operaciones de la masonería- y en la Casa del Pueblo socialista en la capital se forman “espontáneas” manifestaciones que se dirigen hacia el Palacio de Oriente, residencia del rey, y la Puerta del Sol, portando pancartas y aireando un supuesto telegrama –en realidad, una intoxicación- en el que el Rey renuncia a la corona. La segunda fuerza que empieza a actuar es la de los propios monárquicos en rendición: el conde de Romanones, ministro de Estado, y el general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, se acercan a los republicanos y presionan para que el rey abandone. Y la tercera fuerza es la decisiva: Miguel Maura, una de las cabezas del movimiento republicano, que empieza a maniobrar a toda velocidad.

En la casa del doctor Marañón, Maura y Alcalá Zamora se entrevistan con el Conde de Romanones. Éste les dice que el rey está convencido de que el país va a una guerra civil y que sopesa dejar el poder. La Corona está dispuesta a que haya cuanto antes elecciones constituyentes. Maura corre a ver a sus compañeros del comité revolucionario. Sin perder un minuto, se dirige al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, donde ya está la muchedumbre movilizada por el Ateneo y el PSOE. La mayoría de los líderes republicanos no se creen lo que están viendo. Azaña teme que en cualquier momento llegue la guardia civil y los meta a todos en la cárcel. Y la guardia civil llega, sí, en la persona de su jefe, el general Sanjurjo, pero no para detener al comité revolucionario, sino para ponerse a las órdenes del nuevo Gobierno. Los republicanos han ganado. Ese mismo día, Alfonso XIII se marcha. El 14 de abril, los socialistas Besteiro y Saborit proclaman por su cuenta la República desde los balcones del Ayuntamiento de Madrid. ¿Quién lleva a Besteiro al Ayuntamiento? Un jovencito llamado Santiago Carrillo, en el coche oficial de Saborit

NO ERA ESTO, NO ERA ÉSTO:

El discurso republicano, en boca de gentes como Ortega, se vestía con ropajes regeneradores: se proclamaba la República para salvar a la nación, remozar el país, resucitar la Historia de España. La monarquía había demostrado que ya no vale: es un régimen parcial, de facción, que no atiende a los intereses nacionales. Por eso hacía falta una República concebida como una gigantesca empresa histórica. El proyecto orteguiano era típicamente liberal. Había que establecer una separación clara de los poderes ejecutivo y legislativo. Quería implantar un Parlamento de una sola cámara, elegido por las regiones y asistido por comisiones técnicas. Aspiraba a construir una estructura regional (pero no federal) del Estado, en grandes provincias gobernadas por asambleas y gobiernos locales. Se proponía proclamar un estatuto general del trabajo, con sindicación obligatoria de los trabajadores. Apuntaba a adoptar una economía organizada, con cierto grado de planificación económica por parte del Estado, para construir un Estado social. Por supuesto, predicaba la separación de Iglesia y Estado.

Pero la “línea Ortega” no era la única en liza, e incluso puede decirse que era minoritaria. Al lado, y por encima de ella, estaba la posición mucho más radical que venía marcando Manuel Azaña, que hasta ese momento no había pintado gran cosa en la vida pública española, pero que desde la descomposición de la dictadura había empezado a cobrar enorme peso desde su tribuna en el Ateneo. Para Azaña, los cambios que España necesitaba tenían que afectar a la médula misma de la nación; se trataba de amparar una revolución “burguesa” como la que hizo Francia en 1789. Azaña no ahorraba vocabulario: “Demolición”, “Destrucción creadora”, etc. “Concibo la función de la inteligencia en el orden político –decía- como empresa demoledora. En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia. Igual que hay gente que hereda la sífilis, así España ha heredado su Historia”. España estaba enferma de su historia y Azaña se proponía acabar con ella, “extirparla como un tumor”. El programa radical de Azaña tenía desde el principio tres objetivos muy claros: acabar con la Corona, extirpar la religión y aniquilar al ejército.

No todo el ámbito republicano estaba en las posiciones de Azaña. Niceto Alcalá Zamora, por ejemplo, anunció solemnemente en la Plaza de Toros de Valencia el advenimiento de una República de derechas “bajo la advocación de la Virgen de los Desamparados y con la bendición apostólica del cardenal arzobispo de Toledo”, nada menos. De hecho, la Iglesia se mostró conciliadora desde el primer momento e incluso castigó a los prelados que se habían manifestado hostiles al nuevo régimen. Sin embargo, prevaleció el ala más radical y jacobina del movimiento republicano. En el mismo mes de mayo de 1931 comienza la quema de conventos. La II República distará de ser un régimen ejemplar.

¿Y qué fue de la Agrupación al Servicio de la República? Se disolvió entre manifestaciones de desencanto. Ortega y Gasset, publicó muy pronto, el 9 de septiembre de 1931, un artículo muy crítico titulado “Un aldabonazo” donde decía:

Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!» La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo

El tiempo le iba a dar enseguida la razón. El mejor balance de la amarga experiencia de la II República fue el que hizo un ilustre liberal, Salvador de Madariaga, y decía así: “¡Qué bella era la República en tiempos de la Monarquía!”.

LOS PADRES DEL 14 DE ABRIL TERMINARON APOYANDO A FRANCO

RESEÑA de EL TERROR ROJO 
José Ortega y Gasset
, que había rubricado alguna de las sesiones más notables del parlamento republicano –es célebre su debate sobre el asunto catalán-, se apartó de la vida política a partir de 1933. Cuando comenzó la guerra civil estaba en su casa de Madrid. Allí recibió la visita de una escuadra de milicianos comunistas, armados con pistolas, que le presentaron un documento: era un manifiesto de apoyo al Frente Popular y condena de la sublevación militar. Ortega firmó bajo la amenaza de las armas y huyó inmediatamente al exilio: París, Países Bajos, Argentina, Lisboa…Durante la guerra no dudó en censurar a quienes, fuera de España, defendían al Frente Popular sin tener ni idea de lo que realmente estaba pasando en nuestro país. Ortega volvió a España reiteradas veces durante los años cuarenta hasta afincarse definitivamente en Madrid. No se le devolvió su cátedra madrileña, pero sí todos los haberes atrasados. El régimen de Franco le permitió crear un Instituto de Humanidades 
donde impartió enseñanza de manera privada hasta su muerte en 1955.

Gregorio Marañón abandonó también el Madrid del Frente Popular al ver su vida amenazada por los milicianos de la izquierda. Se instaló en París y allí permaneció hasta 1943. Volvió a España. Sus viejos discípulos, todos ellos en el régimen de Franco, le habían organizado un retorno triunfal: una conferencia magistral en el Paraninfo de la Universidad Complutense. Marañón se reincorporó a la vida docente como profesor de Endocrinología, que era su especialidad médica. En 1946 fue nombrado vocal del Pleno del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo creado por el nuevo régimen. Pidió y obtuvo la creación de un Instituto de Endocrinología Experimental que, posteriormente, se integró en el Centro de Investigaciones Biológicas. Miembro de cinco reales academias, pasó el resto de su vida escribiendo y enseñando. Murió en 1960 siendo una de las personalidades más respetadas de la cultura oficial española.

Por último, el escritor Ramón Pérez de Ayala también abandonó el Madrid rojo. La República le había nombrado embajador en Londres en 1932, pero en junio de 1936, antes de que estallara la guerra, dimitió al ver la deriva revolucionaria del Frente Popular. Se exilió en Francia. Dos de sus hijos combatirán voluntarios en el bando nacional. Como Ortega, también Pérez de Ayala hablará a favor del alzamiento desde el extranjero: lo hizo en una carta abierta publicada en el Times de Londres. Sin embargo, tardará en volver a España. El régimen de Franco le nombró agregado honorario de la embajada española en Buenos Aires, pero la vida de Pérez de Ayala entró en un torbellino de reveses personales. En diciembre de 1954 regresó finalmente a Madrid. En la capital de España pasó el resto de su vida escribiendo regularmente en el diario conservador y monárquico ABC hasta su muerte en 1962.

Los tres firmantes del manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, terminaron abominando de la República y cobijándose bajo el régimen que cerró la calamitosa experiencia republicana.

By JOSÉ JAVIER ESPARZA

CARTA A UN 'MILLENNIAL' SOBRE LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA

Decía Albert Camus que el mayor enemigo de la libertad es la mentira, tras la cual se anuncia la tiranía, y el tiempo que vivimos, en el que gozamos de amplias libertades formales, está presidido en cambio por una terrible forma de esclavitud marcada por la manipulación, la mentira descarada y lo que es peor, por el intento de algunos de imponer por ley una determinada visión de la historia, a gusto de una mayoría.

LA II REPÚBLICA: UNA FRUSTRACIÓN COLECTIVA DINAMITADA POR LA IZQUIERDA

RESEÑA de EL TERROR ROJO EN ESPAÑA
(...) 
Fueron unas elecciones municipales las que trajeron la II República. Aunque el escrutinio arrojó una derrota de los partidos republicanos en el conjunto de la nación, las grandes ciudades votaron mayoritariamente a los partidos republicanos, lo que unido a la adecuada planificación  y explotación del éxito por parte de éstos, previamente reunidos en el Pacto de San Sebastián, provocó la caída de la Monarquía y la proclamación de la República.

El 14 de abril fue un día de alegría colectiva. Se recibió a la República como símbolo de modernidad y de esperanza, pero esa alegría duraría un mes escaso, pues ya en el mes de mayo de 1931, la masiva quema de conventos e iglesias en gran parte de España ante la pasividad de la fuerza pública y de las autoridades, dio al traste con cualquier ilusión colectiva, al constatarse que la izquierda había decidido instaurar un régimen sectario hecho a su medida. Los ataques a la religión –que tuvieron su máxima expresión en la expulsión de la Compañía de Jesús en el año 1932 y la incautación de sus centros de enseñanza-  la aprobación de una Constitución laicista de inspiración claramente masónica en la que se declara que España es “una República de trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia” y la sustitución de la bandera rojigualda por la bandera tricolor -roja, amarilla y morada (reputando morado el pendón de Castilla en un error histórico)- expulsaron de hecho a una buena parte de los españoles del sentimiento republicano.

EL GOLPE DE ESTADO REVOLUCIONARIO DE 1934:
La evolución tumultuaria y anticlerical de la república provocó una situación inédita en las elecciones generales de 1933, en las que, en parte gracias al voto de las mujeres -recientemente reconocido pese a la severa oposición de la izquierda-  la derecha ganó las elecciones, aunque no se atrevió a formar gobierno, por lo que el Presidente de la República, el centrista Alcalá Zamora, encargó formar gobierno al partido radical de Alejandro Lerroux, con el apoyo parlamentario de la CEDA que había ganado las elecciones. La izquierda había configurado la República de forma sectaria y jacobina, de tal forma que sólo pudiese ser gobernada por  las fuerzas de la izquierda, con exclusión de la derecha a la que consideraban antirrepublicana.

Por eso, cuando en octubre de 1934, la CEDA le retira su confianza al gobierno centrista de los radicales de Lerroux y exige participación, incluyendo a tres ministros en el Gabinete, la izquierda, con importantes dirigentes del PSOE y la UGT, como Largo Caballero o Indalecio Prieto y con el apoyo de los anarquistas (Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Anarquista Ibérica, y el Partido Comunista de España), decide dar un golpe de Estado. Aunque los principales focos de la rebelión se produjeron en Cataluña (donde Companys, Presidente de la Generalidad proclamó el Estado catalán) y en Asturias, donde tuvieron lugar los sucesos más graves, finalmente, la decidida actuación del gobierno, que no dudó en emplear el ejército y fundamentalmente a la Legión, consiguió sofocar una rebelión que dejó entre 2.000 y 3.000 muertos y que constituyó el germen y antecedente de la futura guerra civil.

LAS ELECCIONES DE FEBRERO DE 1936 Y EL FRENTE POPULAR:

Sofocada la rebelión y procesados y condenados sus principales cabecillas, la izquierda no dudó en utilizar todo su aparato propagandístico para magnificar la “represión” de las fuerzas militares sobre los elementos revolucionarios, provocando un clima de crispación y violencia en toda España que culminó con la disolución de las cámaras y la convocatoria de unas nuevas elecciones generales en febrero de 1936, en la que la izquierda, coaligada en torno al denominado Frente Popular obtuvo una victoria más que discutible sobre la derecha, dada la falsificación de gran parte de las actas –muy recientemente acreditada por un estudio riguroso y objetivo sobre el escrutinio– y el clima de coacción y violencia que la izquierda impuso en gran parte del territorio nacional.  El gobierno del Frente Popular no dudó el pisotear el estado de derecho, al liberar de las cárceles a los condenados por la revolución de octubre, prohibir partidos de la oposición y detener a sus líderes (como sucedió con Falange Española, acto que sería revocado finalmente por el Tribunal de Garantías Constitucionales en plena contienda) y sustituir de forma ilegal al Presidente de la República Alcalá Zamora, por el líder de Izquierda Republicana, Manuel Azaña, que de esta manera accedió a la Presidencia en una maniobra ciertamente ilegal.  A partir de ese momento, un clima revolucionario se apoderaría de todo el país, con persecuciones y cierres arbitrarios de diarios y partidos políticos.

Hay que reconocer que el líder socialista Francisco Largo Caballero (que hoy tiene una estatua en Madrid y su nombre adorna las calles en las principales ciudades de España), no escondía que la intención del PSOE era ir a la Guerra Civil e imponer una tiranía de corte soviético como en la URSS:

Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos.[1]

"La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la revolución”.[2]

La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas… estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia”.[3]

Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”.
“Se dirá: ¡Ah esa es la dictadura del proletariado! Pero ¿es que vivimos en una democracia? Pues ¿qué hay hoy, más que una dictadura de burgueses? Se nos ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo? (Una voz en el público: ‘Como en Rusia’). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacia la revolución social… mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo por la violencia… nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil… No nos ceguemos camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las urnas… Más no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿Excitación al motín? No, simplemente decirle a la clase obrera que debe prepararse… Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista”[4].

La subida al poder del Frente Popular supuso la quiebra definitiva del Estado de derecho en la República. Se decretó la amnistía de los condenados por el golpe de 1934, en su mayor parte, socialistas y separatistas catalanes, y una ola desbordada de violencia y la intimidación por parte de grupos radicales de izquierda se apoderó de las calles, provocando al poco tiempo la respuesta de grupos de derechas y falangistas creando un clima guerra-civilista de enfrentamientos y asesinatos de corte político todas las semanas. Las autoridades se vieron desbordadas por los grupos anarquistas y comunistas y se produjeron incautaciones de fincas y asaltos y saqueos a Iglesias y monasterios y otras propiedades privadas. La situación de excepcionalidad la dibujaron certeramente José María Gil Robles, líder del CEDA (Confederación Española de derechas Autónomas) y José Calvo Sotelo (Renovación Española) en el Congreso de los Diputados en la sesión plenaria de 16 de junio de 1936, cuya lectura del Diario de Sesiones recomiendo vivamente para pulsar el ambiente que se respiraba en las Cortes[5].

-Intervención de José María Gil Robles (CEDA)

«Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta, con total ineficacia. Aunque os sea molesto, Sres. Diputados, no tengo más remedio que leer unos datos estadísticos. No voy a entrar en el detalle, no voy a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad del panorama de la subversión de España, porque, por completa que sea la información, es muy difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anárquicos que llegan a los más lejanos rincones del territorio nacional.

Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, inclusive, un resumen numérico arroja los siguientes datos:
Iglesias totalmente destruidas, 160. 
Asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251. 
Agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215
Centros particulares y políticos destruidos, 69. Ídem asaltados, 312.
Asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos, 33. 
Periódicos totalmente destruidos, 10.
Tentativas de atraco, 23. Atracos consumados, 138. 
Huelgas generales, 113. Huelgas parciales, 228.
Bombas y petardos explotados, 146. 
Recogidas sin explotar, 78 (Rumores)»
Muertos, 269

-Intervención de José Calvo Sotelo.
«España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa…

«Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.

«… España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular. (Rumores.)

Pero tu ley de la turbamulta es la ley de la minoría disfrazada con el ademán soez, y vociferante y eso es lo que está imperando ahora en España; toda la vida española en estas últimas semanas es un pugilato constante entre la horda y el individuo, entre la cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes espirituales, entre la avalancha hostil del número y el impulso selecto de la personificación jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad, el trabajo, el mando; lo que fuere; la horda contra el individuo.

«Y la horda triunfa porque el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no quiere rebelarse contra ella, y la horda no hace nunca la Historia, Sr. Casares Quiroga; la Historia es obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y SS. SS. son víctimas de la horda; por eso SS. SS. no pueden imprimir en España un sello autoritario. (Rumores.)

«Y el más lamentable de los choques (sin aludir ahora al habido entre la turba y el principio espiritual religioso) se ha producido entre la turba y el principio de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. Vaya por delante un concepto en mí arraigado: el de la convicción de que España necesita un Ejército fuerte, por muchos motivos que no voy a desmenuzar… (Un Sr. Diputado: Para destrozar al pueblo, como hacíais.)

«… Sobre el caso me agradaría hacer un levísimo comentario. Cuando se habla por ahí del peligro de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo —y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que exista actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la Monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera, sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores), aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía…» (Grandes protestas y contraprotestas.)

Tras esta intervención, el Presidente del Consejo de Ministros, Sr. Casares Quiroga advirtió a Calvo Sotelo que le haría responsable de cualquier cosa que pudiera pasar en España, a lo que éste replicó con un bellísimo párrafo que sería el último que pronunciaría en el parlamento antes de ser asesinado:

«Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S. S. Me ha convertido S. S. en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria (Exclamaciones.) y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: «Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis.» Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. (Rumores.) Pero a mi vez invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es hombre de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida S. S. sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly. Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerensky, porque no es inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que S. S. no pueda equipararse jamás a Karoly. (Aplausos.)»

Finalizada ésta intervención, la diputada comunista Dolores Ibarruri, más conocida como  “Pasionaria”, cuyo nombre aparece hoy en día en muchas calles de España, le gritó: Este ha sido tu último discurso” 

ASESINATO DE CALVO SOTELO Y ALZAMIENTO MILITAR DEL 18 DE JULIO:

Y la amenaza se cumplió, pues en la madrugada del 13 de julio un grupo de oficiales y guardias de asalto –en su mayor parte de la escolta del ministro socialista Indalecio Prieto– se presentó en su casa en un coche del Gobierno. Antes habían ido a por Gil Robles, pero este se encontraba de viaje, así que decidieron ir a por su segundo objetivo. Calvo Sotelo fue obligado a acompañarles. Antes se despidió de su mujer, sospechando lo que le esperaba. A la mañana siguiente, su cuerpo aparecería en el Cementerio de la Almudena (entonces “Cementerio del Este”) con dos tiros en la nuca que le habían disparado nada más salir de su casa desde el asiento trasero de la furgoneta de la Guardia de Asalto.[6]

Este crimen fue la gota que colmó el vaso y que precipitó la decisión de buena parte del ejército y de la sociedad civil no frentepopulista, de alzarse contra el estado revolucionario en que el Frente Popular había convertido la IIª República Española, un alzamiento que comenzaría en Ceuta y Melilla el 17 de julio y se extendería a toda España el 18 de julio de 1936. El fracaso de dicho alzamiento en las principales ciudades de España, provocaría una sangrienta guerra civil que duró tres años y cuyo análisis merece un capítulo aparte.

En definitiva, el 18 de julio de 1936 no se produjo ningún golpe militar “fascista”. En primer lugar, porque no fue exclusivamente militar sino cívico militar. En segundo lugar, porque el fascismo no tenía fuerza alguna en España y finalmente porque el alzamiento fue apoyado por todas las fuerzas monárquicas, tradicionalistas, la derecha parlamentaria, el centro (Lerroux) y la Falange (todos ellos llamados “fascistas” por la izquierda), que si inicialmente tuvo una influencia del fascismo, pronto la abandonó quedando tan sólo la influencia estética de dicho movimiento europeo.

Esta es la verdad, sin ambages, ni adornos. Muy resumida, pero todo lo que aquí he escrito es verdad. Pero esto no es, querido joven, lo que habrás leído en los textos de historia que has manejado hasta ahora, que están pasados por el tamiz del pensamiento único dictado por la izquierda, que ha reescrito la historia convirtiendo la II República en un paraíso democrático y el alzamiento del 18 de julio en una asonada golpista para acabar con la democracia urdida por Francisco Franco, precisamente, el ultimo general en unirse a la sublevación al comprobar, tras el asesinato vil de Calvo Sotelo por fuerzas gubernamentales, que no era posible la paz.  Pero la mentira tiene las patas muy cortas y al final, dentro de no mucho tiempo, la verdad triunfará. 

Por LUIS FELIPE UTRERA-MOLINA

1 comentario:

Runaway dijo...

“Al final, es siempre un pelotón de soldados quien salva la Civilización” (Oswald Spengler)
Hay acontecimientos que marcan, determinantes, la HISTORIA de los Pueblos y de las Naciones, de la Civilización. La Historia del Hombre. Sin la resistencia de las TERMÓPILAS, la historia de EUROPA hubiera sido otra. Sin la victoria de ROMA en las GUERRAS PÚNICAS, hoy no seríamos lo que somos. Si los bárbaros germanos que provocaron la caída del IMPERIO ROMANO no hubieran estado previamente cristianizados y romanizados, toda EUROPA habría sido pasto y forraje para los jinetes tártaros y mongoles de las estepas asiáticas. No hubieran florecido las catedrales que jalonan el Viejo Continente, sino la depredación permanente del nómada sin alfabeto y sin raíces. Sin DON PELAYO en Covadonga (ASTURIAS) y sin los REYES CATÓLICOS en GRANADA , en EUROPA no habría campanarios, habría minaretes orientados a LA MECA, y sin JUAN DE AUSTRIA en LEPANNTO la línea divisoria del Bósforo estaría en el Atlántico a la altura de TARIFA y GIBRALTAR.

Si hace ochenta y dos años, el 1 de abril de 1939, el último parte de guerra hubiera rezado “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Nacional, han alcanzado sus últimos objetivos militares las tropas rojas...” ¿ QUÉ HUBIERA SIDO DE ESPAÑA? Si en ese Armagedón que fue la Guerra Civil española entre la LIBERTAD NACIONAL y LA ESCLAVITUD COMINISTA, entre FRANCO y STALIN, hubiese vencido el tirano bolchevique, ESPAÑA hoy sería un trasunto de lo que todas las naciones del EUROPA DEL ESTE que fueron SOMETIDAS BAJO EL YUGO DEL TOTALITARISMO COMUNISTA desde 1945, porque STALIN jamás se hubiese dejado arrebatar (ni en Teherán, ni en Yalta, ni en Postdam) la primera República Soviética en el Mediterráneo Occidental, en el sur de Europa, cuya conquista colmaba y culminaba sus dos grandes sueños, el primero, heredado de los Zares imperiales, un puerto de abrigo cálido en el Mediterráneo para las naves militares y mercantes rusas, que se helaban en el Báltico, y el segundo, cerrar el cepo comunista atenazando a la Europa Occidental desde el Estrecho de Gibraltar hasta la Puerta de Brandeburgo.

Gracias a Dios, a Francisco Franco y a más de media nación española que tenía detrás apoyándole, STALIN cayó derrotado en España. El 1 de abril de 1939, Franco coronó las victorias de COVADONDA, de GRANADA y de LEPANTO contra la BARBARIE y la DICTADURA TOTALITARIA COMUNISTA, salvando a la CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL de que las coordenadas geopolíticas del Bósforo Bolchevique se trasladasen al Estrecho de Gibraltar. CHURCHIL y DE GAULLE no lo olvidaron jamás, por eso ambos manifestaron siempre, sin miedo y sin complejos democráticos, que “LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL TIENE UNA DEUDA IMPAGABLE CON EL GENERAL FRANCO”